jueves, agosto 04, 2011

Anders Breivik, nuevo Cruzado en busca de su esencia

I


La masacre cometida por el noruego Anders Breivik trajo de vuelta los fantasmas del totalitarismo contra la democracia, los derechos humanos y la ilustración, guerra dirigida por quienes ven en “la diferencia” una amenaza a sus raíces más sagradas, las únicas capaces de conservarlos como en formol, idénticos a sí mismos.


Pese al disfraz derechista que se ha colgado, tras el estallido criminal de Breivik se encuentra una llamada de auxilio por mayor democracia y mejores y más sofisticados mecanismos de acción afirmativa. Algo así como las palabras marcadas en el estómago de la Regan MacNeill de El Exorcista.


Su abogado, conocido defensor de los derechos humanos a quien Breivik acudió porque “todo mundo tiene derecho a una defensa justa”, lo ha declarado loco. La línea entre locura y fanatismo es tan tenue, que no resultará fácil para el jurado decidir.


Nadie en su sano juicio escribiría los disparates por él defendidos o llevaría al acto su delirio. Las mil quinientas páginas que compendió en su “Declaración Europea de Independencia”, están repletas de las más absurdas teorías de la conspiración, ninguna de las cuales soportaría el menor análisis: invasión árabe a Europa, complot internacional con participación norteamericana para convertirla en “Eurabia”, asechanzas de marxistas leninistas para acabar con la diferencia entre los sexos, corrección política como nueva ideología totalitaria.


Ideas absurdas que, sin embargo, podrían llegar a prender en una población necesitada de chivos expiatorios culpables de su desempleo y falta de oportunidades, de su imposibilidad para insertarse entre los “ganadores sociales”. Breivik ofrece un manual idóneo.


Quizá el poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger enunciaría al noruego como ejemplo de lo que llama, en un ensayo aparecido en 2007, “perdedor radical”:


“…mientras está solo (y está muy solo) no anda a golpes por la vida; antes bien, parece discreto, mudo: un durmiente. Si alguna vez llega a hacerse notar y queda constancia de él, provoca una perturbación que raya en el espanto, pues su mera existencia recuerda a los demás que se necesitaría muy poco para que ellos se comportasen de la misma manera. Si abandonara su actitud, quizá la sociedad incluso le ofrecería auxilio. Pero él no piensa hacerlo, y nada indica que esté dispuesto a dejarse ayudar”.


Pero en cierto punto el noruego rubio de cepa y ojos verdes se separa de la descripción: “Por fin, el perdedor radical, tal vez un padre de familia sexagenario o un quinceañero acomplejado por el acné, es amo de la vida y la muerte. Después, se ajusticia a sí mismo”. Breivik no lo hizo. Quiso sobrevivir, disfrutar de su estrenada fama y seguir por la red los ríos de tinta descongelados a partir de su violencia.


En literatura, pocas veces se ha hecho un retrato tan nítido de la locura asesina como el delineado por Patrick Suskind en “El Perfume. Historia de un asesino”:


“La solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante años y a kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus propias fuerzas” ... “Igual que esta garrapata era el niño Grenouille. Vivía encerrado en sí mismo como en una cápsula y esperaba mejores tiempos. Sus excrementos eran todo lo que daba al mundo; ni una sonrisa, ni un grito, ni un destello en la mirada, ni siquiera el propio olor”.


Tanto Grenouille como Breivik andaban en busca de un olor, una esencia extraviada y en persecución de lo cual cometieron sus asesinatos. Una vez realizados, Hans Magnus describe en su ensayo las opiniones a expresarse una y otra vez por la clase política:


primero manifiestan su conmoción, y finalmente se decide que se trata de un caso singular. La conclusión es correcta, porque los autores de tales crímenes son personas aisladas que no han logrado relacionarse con ningún colectivo. Y al mismo tiempo es errónea, porque a la vista está que existen cada vez más casos singulares de ese tipo. El hecho de que se multipliquen permite concluir que hay cada vez más perdedores radicales”.


Cierto: su cada vez más frecuente irrupción debe preocuparnos. Pero hay algo más: desde el 2007, año en que escribiera su ensayo, Europa ha sido abrazada por los éxitos de una derecha agresiva in crescendo. Por tal razón el mundo se lo ha tomado en serio.


La ilustración, que puede definirse como la aceptación de una pérdida, la entrada a la adultez de una humanidad obligada al abandono de certezas absolutas, se encuentra amenazada. El paraíso perdido es lo que el compendio de Breivik, tanto como los partidos radicales de derecha, añoran.


II


¿Qué buscaba el asesino al matar a tantos jóvenes comprometidos con la política de su país, crema y nata de las juventudes social-demócratas noruegas? Al igual que Jean-Baptiste Grenouille, los vikingos, o los descabezadores michoacanos y morelenses, “algo que le hiciera más fuerte”.


Lo simbólico de “la falta” fue retratado de forma inmejorable por Jean Genet en su obra Las Criadas. Dicho drama está basado en un hecho real: dos sirvientas francesas de excelencia mataron a sus amas cuando un corte de luz les impidió seguir planchando. La policía encontró los cadáveres descuartizados, las bragas bajadas, profundos tajos en vientres y muslos. “Buscábamos algo que nos hiciera más fuertes”, respondieron. Por supuesto estaban locas, pero todo sicario o asesino serial comparte dicha insensatez.


Sartre y Simone de Beauvoir participaron en el proceso seguido a las criadas defendiéndolas como producto de la explotación de varias generaciones. El argumento de Jaques Lacan, psicoanalista francés, fue más sutil, era necesario creer a pie juntillas la explicación por ellas brindada, andaban “buscando algo” no interiorizado: “el deseo”. Tal faltante las separaba de los demás seres humanos. Encerradas en sí mismas, se habían enamorado de sus amas, quienes hubieran deseado ser. La asesina enamorada de Selena actuó del mismo modo.


Para comprender la añoranza de Breivik, basta leer su compendio y hacer con él algo que su autor odiaría. Deconstruirlo: el asesino noruego es un ignorante que ha leído mucho. Ha revisado cuanta literatura pudo encontrar contra el revisionismo marxista. Si sigue siendo un bruto es porque quien se pone a salvo de la crítica y evita insertarse en el circuito de la academia y sufrir así el destino y suerte de sus teorías, no aprende nunca del error. Breivik quiso brincarse todo ese “molesto” expediente y ser leído por millones a partir de su estallido criminal.


Ideas que atribuye a Marx y a sus continuadores en realidad pertenecen a la tradición filosófica representada por Descartes y Kant. Es frente a estos últimos y contra toda la tradición filosófica y científica que el discurso de Breivik se posiciona. ¿Delirios de grandeza?


Cristiano integrista, macho conservador, las mujeres a la casa y los hombres a las fábricas. Ningún niño fuera de matrimonio y el establecimiento irrestricto de la diferencia entre los sexos (una diferencia del medioevo, además). Obsesionado contra la deconstrucción filosófica de textos y teorías, Breivik observa como amenaza la incertidumbre que cree generada por el marxismo.


Pero dudar de cuanto nos rodea fue un método introducido en la filosofía por Sócrates y replanteado junto al nacimiento de la ciencia por Descartes: supone como bien observó Heráclito, un hombre-río que fluye siempre.


Así, el hombre del renacimiento y la ilustración debe desprenderse del saber y tutela de un padre omnipotente representado por el monarca, el Papa, o el señor feudal, para convertirse él mismo en su propio legislador, haciendo suya la conciencia que las religiones administraban cuando la humanidad sufría su infancia.


Más tarde Shopenhauer y Nietzsche (éste último se volvería a morir si lo llamaran comunista) pudieron aceptar tal vacío existencial. La posmodernidad ha tomado de ellos su consigna: estamos solos y no existe religión ni ideología capaz de sostener nuestros saberes. El hombre está en constante transformación y ello es una experiencia enriquecedora: puede recrearse a sí mismo y orientar los cambios en su beneficio.


Ante la falta absoluta de certezas, los posmodernistas pregonan el lanzamiento al vacío del hombre en busca de su identidad. Tal salto, para muchos posible cuando “se desea”, aterra a otros cientos de miles que no quieren sino conservarse idénticos a sí mismos y a sus padres, y ven en la vuelta a la religión única, a la raza o al espíritu la salvación posible. Pero como tal retorno no es alcanzable mientras existan apóstatas, herejes o infieles –y por otra parte no será alcanzable nunca más- su primer deber es erradicarlos.


Breivik ha enseñado al mundo que no solamente los musulmanes de la yihad son incapaces de subirse al tren de la modernidad y por el contrario, encontrarse dispuestos a matar a quienes llaman “hijos del diablo”. El primer cruzado del mundo moderno podría estar brindándonos una enseñanza fundamental a pesar de lo trágico de los acontecimientos: la dificultad de los propios europeos para dar el salto. ¿Quiénes son estos sujetos incapaces de lanzarse al vacío?


III


Hasta un 20% de la humanidad padece depresión y toma drogas legales o ilegales. Millones de personas vagan de un lado a otro como personajes de una película de Todd Solondz (“Bienvenido a la casa de las muñecas”, “Happiness", “Storytellings”, “Palindromes”). Inadaptados, víctimas de bullying, marginados de sociedades individualistas que exigen demasiado a sus integrantes, rechazados por esa falta “de olor”, de la posición mantenida por quienes efectivamente detentan lo que la sociedad requiere: un deseo propio.


La humanidad se estaría dividiendo en dos partes. Por un lado, quienes han hecho suya la ley social y se han dado un lugar (así sea como integrantes frívolos de los mercados), y los otros, los que no entienden cómo se logra, outsiders perdedores eternos, solitarios incapaces de hacerse incluso de una pareja, de un deseo propio. Más o menos entre ambos bandos –pero dirigiendo su discurso incendiario a los segundos- las derechas radicales evocan el retorno a nuevos fanatismos, a padres todo poderosos en quienes poder salvarse. El creacionismo contra la ciencia.


En su excepcional ensayo Los desconciertos del individuo-sujeto, Dany-Robert Dufour hace un recuento de las dificultades enfrentadas por el individuo:


“En nuestra época, la de las democracias liberales, todo descansa, a fin de cuentas, en el sujeto, en la autonomía económica, jurídica, política y simbólica del sujeto. Pero al lado de las expresiones más pretenciosas de ser uno mismo, se encuentra la mayor dificultad de ser uno mismo” … “la aparición de fallas psíquicas, la multiplicación de actos de violencia y la emergencia de formas de explotación a gran escala … nuevas formas de alienación y de desigualdad”.


Nada indica que todos los individuos estén preparados para cumplir con la exigencia del proyecto emancipador de las democracias liberales. Que uno de cada cien norteamericanos esté tras las rejas (casi cuatro millones) o los actos cada vez menos aislados de masacres a jóvenes, son síntomas de una grave enfermedad en sectores sociales nada periféricos. Algo –la ley del deseo- no se está transmitiendo de generación en generación. Miles de personas sufren indeciblemente y uno que otro en que tal falta es mayor, puede llegar a pensar en el asesinato como una solución a su añoranza.


Breivik está loco. En su delirio puede leerse un gran terror a la sexualidad y capacidad de las mujeres, a quienes querría ver de vuelta en los hogares, cuidando a los niños. Al tiempo de exigir que ningún hijo nazca fuera de una familia, lanza un reclamo -típico infante incapaz de madurar- a su padre ausente “cuando él entró a la edad de los graffitis” (tales palabras son suyas). La deconstrucción de los sexos vislumbrada como complot trotskista en las universidades, podría tener que ver con una elección sexual que le fue imposible realizar, permaneciendo estanco en la infancia.


Breivik está loco pero no sólo. Si su lucha tuvo eco en las derechas radicales, es porque sus integrantes andan como él, en busca de una esencia perdida. La avanzada sociedad Noruega tarde o temprano deberá entender el reclamo detrás de tal locura. Si lo hace, se pondrá en ruta para instituir los mecanismos que eviten a otros niños convertirse en asesinos y lanzarse a las calles con armas de alto calibre. Deberá coadyuvar con todas las familias en la transmisión de la “ley del deseo”, aroma propio faltante a Breivik.


No andan tan mal los noruegos con su loco solitario. Aquí en México todo secuestrador y cortador de cabezas es más o menos un Anders Breivik sin ideología delirante.


1 comentario:

sara dijo...

hola,estoy deacuerdo con todo lo que dijo pero tengo una duda,¿como pudo saber usted si le fue imposible realizar una eleccion sexual?me pregunto como llego usted a esa conclusión.