Su tragedia se actualiza cuando un hombre o una mujer, a partir de su propia interpretación de las leyes de la conciencia (de la escucha a la voz interior, diríamos) desobedece las de los hombres. Así aconteció con Sócrates, Jesucristo, tantos santos mártires, Juana de Arco de quienes tuvo modelo, Giordano Bruno, y a punto Galileo –se salvó al decidir para sí mismo, sin embargo se mueve. La historia escribirá si Bradley Manning, el analista de inteligencia que puso en peligro su vida al entregar a Wikileaks cientos de miles de documentos reservados y secretos sobre las guerras de su país en oriente medio, pasará a la historia como uno de estos personajes. Mártir o Visionario.
Antígona fue la más piadosa de los hijos de Edipo. Cuándo su padre fue al exilio tras conocer su sino terrible, ella lo acompañó. Más tarde regresó a Tebas encontrándola desgarrada por una guerra fratricida. Sus dos hermanos disputaban el gobierno. Eteocles lo había hecho suyo faltando a la palabra brindada a su hermano: gobernarían por turnos. Polinices reunió el ejército de los siete y atacó. Ambos murieron en el campo de Batalla, y Creonte, hermano de Yocasta, subió al trono. Ordenó, bajo pena de muerte al desobediente, abandonar sin sepultura los restos de quien atacara su ciudad, condenando a vagar sin descanso a su alma. El desenlace es conocido: Antígona desafió las leyes del reino por cumplir las de los dioses. Enterró a su hermano y ganó con ello la muerte. De nada sirvieron los ruegos de todo un pueblo.
Una voz nos habla e indica lo que es menester. La imaginación la ha representado con rostros diversos. Un ángel, un grillo, un monolito gigante llegado a la tierra para brindar su mensaje a los hombres, siempre primitivos en su recepción. Joseph K, angustiado por su periferia a la ley, incapaz de escuchar a sus representantes paga con su vida. Escucharla en demasía o serle sordo desencadena la tragedia.
Creonte.- ¿Y a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?
Antígona.- No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la justicia que vive con los dioses de abajo quien fijó tales leyes a los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno. Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aún cuando tu no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo yo lo llamo ganancia. Porque quién, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora en cambio no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras, puede ser que ante un loco me vea culpable de una locura.
Manning consideró su deber informarnos sobre la verdadera naturaleza de las guerras en medio oriente. No cobró un solo dólar por la información brindada y ahora paga encerrado en una celda sin luz, veintitrés horas al día, aislado y desnudo “para evitarle atentar contra su vida”. La dureza en condiciones de su encierro han intentado justificarse por la gravedad de los cargos levantados por el ejército ha contra él. “Ayudar al enemigo” podría costarle la vida. “Enemigo” … eufemismo para referirse a todos nosotros.
Gracias a Bradley Manning sabemos que Estados Unidos permitió a las fuerzas iraquíes aliadas practicar la tortura para obtener información beneficiosa a su causa –la de la “democracia y los derechos humanos”. Observamos cómo el General Petraeus, actualmente responsable de la fuerza multinacional en Afganistán, obtenía el compromiso del Presidente de Yemen, de responsabilizar a su país del bombardeo realizado por Estados Unidos a una supuesta base de entrenamiento terrorista. Amnistía Internacional reportó la muerte de catorce mujeres, veintiún niños, y catorce supuestos terroristas.
Creonte.- Por querer asolar esta tierra, el otro enfrente la defendía.
Antígona.- Hades, sin embargo, desea leyes iguales.
Creonte.- Pero no que el bueno obtenga lo mismo que el malvado.
Antígona.- ¿Quién sabe si allá abajo estas cosas son las piadosas?
Creonte.- El enemigo nunca es amigo, ni cuando muera.
Antígona.- Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor.
Creonte.- Vete, pues, allá abajo para amarlos, si tienes que amar, que, mientras yo viva, no mandará una mujer.
“Seguiremos diciendo que nosotros lanzamos los cohetes”, subraya el presidente yemenita en un cable. No es para mentir que brindamos a nuestros gobernantes facultades de reservar y hacer secreta información de origen pública. Cuando las razones se hacen indefendibles, los gobiernos las ocultan. Decimos con Habbermas: sólo la discusión de los argumentos del gobierno funda la democracia.
Pero otra voz podría nombrarnos ilusos. Los gobiernos no son de ustedes, sino de quienes detentan el poder dirigiendo los resortes. ¿Quieres hacerte el mártir? Anda y ve, Cristo. No hay voces del espíritu sino poderes de facto. Se trata de la vieja discusión entre Sócrates y Calicles. El poder de las razones victimado por las razones del poder, poco después, con la muerte del primero.
¿Existe en verdad una conciencia? ¿Una ética a priori más allá del poder y de las leyes interpretadas por los poderosos, que pueda guiar nuestras acciones y nos permita decir que Bradley Manning hizo lo correcto? Nuestras sociedades están basadas en su escucha.
Kant quiso fundar a partir de esa voz un sistema para distinguir, en cada disyuntiva, lo propio de lo impropio. El redactor de la fenomenología del espíritu –su escucha, su médium- identificaría más tarde en el sistema ideado por kant deficiencias graves. Y es que Hegel fue el Einstein de la filosofía: no sólo existe la conciencia sino el espíritu. Será duro para cualquiera intuir lo correcto si las leyes de su ciudad deciden lo contrario. Diríamos que la conciencia es relativa al mundo. Pero su relativismo no llegó al grado de extraviarse en el sin valor. Las sociedades avanzan, y siempre habrá naciones poseedoras del grado más avanzado del espíritu. La escucha más afinada de su voz.
Daniel Ellsberg quiere verlo de ese modo. El héroe que filtrara en 1971 los célebres papeles del Pentágono, dando a conocer los crímenes de la guerra de Vietnam y las mentiras difundidas por cinco gobiernos para mantenerla, fue acusado por Nixon como traidor y llamado “el hombre más peligroso de América” por Kissinger. Se salvó de la cárcel pues Nixon y su gobierno cayeron primero. Gracias a su valor, la guerra finalizó. Ha estado al tanto del estado de salud de Bradley Manning y le hizo llegar uno de sus libros. A sus 89 años, no deja de llamar a la ciudadanía a difundir, de conocerlas, las mentiras y abusos del gobierno. A escuchar la voz de su conciencia.
Preguntado recientemente por las condiciones del encierro de Manning, el presidente Obama refirió que éste había violado la ley. “I can’t conduct diplomacy on an open source. That’s not how… the world Works”. No deja de ser curioso el uso de un término de tan alto prestigio, tan lejos de los corporativismos y tan cerca de la genuina democracia. Open source. Abramos las fuentes. Que no pueda conducir la diplomacia de una forma transparente y abierta es discutible, pero lo es más que como ciudadanos no tengamos derecho a dar a conocer al mundo, cuando tengamos acceso a los hechos, el doble discurso de quienes dicen representarnos. Gente inocente está muriendo debido a sus guerras de artificio, armadas a partir de pesadillescas engañifas de destrucción masiva.
Antígona.- ¿Qué te hace vacilar en este caso? Porque a mí de tus palabras nada me es grato –¡que nunca me lo sea!-, del mismo modo que a ti te desagradan las mías. Sin embargo, ¿dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa fama que depositando a mi hermano en una sepultura? Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en muchas otras cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.
“He broke the law” quiso finalizar, pero lo cierto es que él, Obama, puede definir qué tanto ha violado el analista la ley. Y es cierto, además, porque aún llevado a juicio y declarado culpable, siempre restará el recurso al indulto presidencial. Pero si Manning hizo lo correcto, ¿de dónde surge la voz de la conciencia?
Ello parecía una broma a Calicles: Dime, Sócrates, ¿debemos pensar que hablas en serio o que bromeas? Pues si hablas en serio y es realmente verdadero lo que dices, ¿no es cierto que nuestra vida, la de los humanos, estaría trastocada y que, según parece, hacemos todo lo contrario de lo que debemos?
Durante esos dos mil quinientos años algo hemos avanzado, lentamente, con caídas y retrocesos. La victoria de los derechos humanos en el constitucionalismo moderno es la mejor prueba. Su combate por comandar las relaciones entre los hombres es permanente frente a los argumentos de quienes creen en el blanco y negro, en razones de Estado, en pretextos para el ocultismo y la secrecía, en la guerra.
Que los gobiernos puedan tener secretos no significa darles carta abierta para ocultar crímenes. Las razones de quienes, como Vargas Llosa o Savater, observan a Wikileaks como un enorme chismógrafo anarquista, subrayan una parte de la polémica generada por su activismo, la cual ciertamente debe considerarse, pero desde mi punto de vista resulta menor frente a otra más importante: los actos injustificables e indignantes descubiertos por dicha asociación. Que Hilary Clinton pregunte a su embajador en Argentina si Cristina Fernández está loca o no, puede decirme algo sobre el respeto de Estados Unidos hacia ese pueblo y la manera de orientar las relaciones diplomáticas con esa nación. Podría incluso alertarme sobre el estado de salud de la mandataria, o como Italiano, algo del modo en que la comunidad internacional valora a Berlusconi. Son noticias cuya importancia es cuestionable. Pero si estos chismes se filtran junto al video de un piloto norteamericano masacrando inocentes y reporteros, o a noticias de torturas o asesinatos selectivos perpetrados por el ejército multinacional en Afganistán, debo por fuerza analizar estas últimas. No deja de ser síntoma importante de su mirar, sorprender a un Vargas Llosa atrapado en el influjo mediático que denuncia e incapaz frente a lo urgente de atender: las violaciones a los derechos humanos cometidos por funcionarios norteamericanos de primer nivel.
No existe bien mayor, no debe haberlo, al de los derechos humanos. Si queremos evitar en un futuro la repetición del episodio fascista (el de la Alemania nazi o el de los campos de exterminio soviéticos), tal como se replica en eventos cada vez menos aislados esgrimiendo razones de seguridad pública o guerra contra el terror, debemos comprometernos con su defensa sin concesiones.
En Estados Unidos los derechos presentan un avance considerable -sin negar las desigualdades materiales que atraviesan su territorio y paradójicamente forman la base de sus derechas. Los jueces defienden los del ciudadano norteamericano y cuando asumen la defensa de la Constitución, la entienden basada en una teoría moral cuyo postulado básico es que los hombres tienen derechos morales en contra del Estado, los cuales no pueden ser objeto de comercio político. No puede medirse con un rasero distinto a nacionales y extranjeros ni es excusable llorar la sangre inocente derramada en suelo norteamericano y justificar la vertida en suelo iraquí, yemenita o afgano. Frente a criterios de utilidad pública y contra ideas del puro deber (imperativo categórico kantiano), optamos por una teoría política basada en derechos, anteriores a toda ley, a salvo del intercambio y del cálculo de intereses sociales. No se justifica la muerte de inocentes, ni la detención de quienes denuncian tales asesinatos, por más justa guerra o elevado el ideal. Tal es el más avanzado y perfecto resultado que hemos hecho de la voz. En esto consiste tomarse los derechos en serio. Y con ello, Dworkin –pues a su teoría nos estamos refiriendo- llega aún más lejos. Los gobiernos respetuosos de los derechos y libertades del hombre deben “prescindir de la aseveración de que los ciudadanos jamás tienen derecho a infringir sus leyes”. Para Dworkin la desobediencia a la ley parece un rasgo distintivo de todo derecho fundamental verdadero: desobedecer la norma vulneradora de nuestro derecho es hacer patente que somos sus titulares. Si el gobierno no se toma los derechos en serio, entonces tampoco se está tomando con seriedad el derecho.
Obama se juega su prestigio histórico. No solamente con la persecución de Assange, o por la forma de incriminar y juzgar antes de juicio al soldado Manning, presunto culpable. Recientemente, la revista de la Sociedad Americana de la Constitución (Harvard Law and Policy Review) urgía a las autoridades a ser cautelosas en el caso Assange. Al respecto recordaba el modo como el tribunal supremo estadounidense había optado por permitir la divulgación de “los papeles del pentágono” filtrados por Ellsberg. Días más tarde, esta misma revista denunció los abusos en el caso de Manning. El Presidente Obama, comandante en jefe de las fuerzas armadas que le juzgarán en calidad de jueces y jurado, pronunciando su culpabilidad -“He broke the law”- señala los intereses políticos que acechan a la justicia.
Obama también se juega su prestigio histórico al no escuchar las similitudes existentes entre la persecución de Stalin o Mao a los burgueses irredentos, exterminios selectivos en nada diferentes a las matanzas de su ejército dirigidas contra supuestos terroristas a quienes sin juicio asesina al lado de mujeres y niños. Wikileaks lo muestra y el gobierno de Obama lucha por ocultarlo, persiguiendo a fundadores, donadores y colaboradores de esta forma de la libertad de expresión que es la denuncia. El coro como conciencia del mundo, pidiendo la salvación de Antígona, de nuevo, como cuando Hemón, hijo de Creonte y prometido de la acusada, rogó por su vida.
Hemón.- Padre, los dioses han hecho engendrar la razón en los hombres como el mayor de todos los bienes que existen. Que no hablas tú estas palabras con razón ni sería yo capaz de decirlo ni sabría. Sin embargo, podría suceder que también en otro aspecto tuviera yo razón. A ti no te corresponde cuidar de todo cuanto alguien dice, hace o puede censurar. Tu rostro resulta terrible al hombre de la calle, y ello en conversaciones tales que no te complacerías en escucharlas. Pero a mí, en la sombra, me es posible oír, cómo la ciudad se lamenta por esta joven, diciendo que, siendo la que menos lo merece de todas las mujeres, va a morir de indigna manera por unos actos que son los más dignos de alabanza …
Obama no escucha la voz. Se le ha presentado de formas diversas. La más celebrada le fue cantada hace poco mientras comenzaba uno de sus discursos: “Solo en una celda de 6 x 12 pies se sienta Bradley, 23 horas del día a la noche. La 5ª y la 8ª octava enmiendas dicen que esto no esta bien, pagamos nuestras cuotas, ¿dónde está nuestro cambio?”, entonaba una mujer y coreaban sus acompañantes. Pero Obama no ha escuchado, ha sido incapaz como Creonte ante el adivino Tiresias, quien ante su sordera le presagió desdichas. Cierto, el analista fue trasladado a otra prisión, de menor aislamiento, pero los cargos contra él siguen acumulándose y el juicio aún no comienza. La muerte de Osama Bin Laden -asesino terrorista a la par de Hitler, Stalin o Truman- hará más sordo al presidente norteamericano. Este éxito de su política antiterrorista, sin embargo, no exonerará sus faltas.
Nuestro derecho a la denuncia se juega en el juicio a Bradley Manning, muchacho que a los 22 años la hizo suya, hablante de los derechos, representante de la ley.
¿No escuchas la voz? Aguza el oído pues nos está hablando a todos, cada segundo, en los rincones, luces y sombras del mundo.
(Este ensayo también fue publicado en el blog de la revista Los Suicidas)

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