lunes, junio 20, 2011

Quemar las naves. Una escuela de escritores se va de la SOGEM

Algunos de nosotros estábamos a punto de graduarnos. Todo aquel que haya terminado el diplomado brindado por esta escuela, sabe lo difícil que es lograrlo. Se trata de una prueba de resistencia contra los miedos y temores de todo escritor en ciernes. ¿Tengo algo que decir? Retos y maestros cada vez más exigentes, la entrega de una obra de teatro, el primer capítulo de una novela, lectura de libros enteros por semana, el oficio de escribir.

Tenemos algo que decir, pero nos da miedo. Todo ser humano posee el don de lo enunciable, pero no necesariamente el cómo. Una escuela de escritores tiene la función de enseñar el secreto, brindar la llave de las experiencias.

Sólo aquel que cruzó completo el diplomado puede observar en panorámica la manera en que sus materias y profesores fueron tallando el milagro: te van formando una escucha y arrojando al ruedo. Escribir es un oficio.

Quienes no han terminado el diplomado, pueden no obstante intuir dicha visión. Aquí, algo se produce, reverberante, sónico, y sus ecos golpean en las butacas, aulas y pasillos, dirigiendo un ritmo. Hallamos entonces el hilo de Ariadna y fuimos halando de él.

Nunca pensamos que la guía, nos llevaría finalmente a la fundación de una nueva escuela. Se trata de un asombro. ¿Pero qué de la literatura no lo es?

Queríamos defender el plan de estudios que Mario y los restantes maestros habían llevado a la práctica. Nos parecía injusto que por mezquinas cuestiones monetarias, a mitad de semestre, se estuviera despidiendo en la forma que se hizo a un excelente profesor y a un director capaz en todo lo académico, pero acusado en lo administrativo. “Las cuotas deben pagarse” gritaban los defensores institucionales.

¿Y las becas? ¿Dónde estaban las becas para los alumnos que habían demostrado talento y falta de recursos económicos? ¿A qué se había destinado el subsidio que en años recientes brindara el CONACULTA? Porque el Director no las brindó. No pudo. Obligado por la directiva de la institución, brindar becas era exactamente lo contrario a la tarea que se le había encomendado. Mario en consecuencia no permitía que olvidáramos nuestra deuda y reforzaba la exigencia del pago condicionando la entrega del diploma. Cada uno de los deudores terminaba por firmar un convenio. No existe una deuda. Existe un crédito.

Ahora bien, no atendió, no podía atender, la solicitud de negar la entrada a los deudores. ¿Qué es más importante en una escuela como ésta? ¿El pago o la enseñanza? Somos la Escuela de Escritores de la SOGEM, veinticinco años hemos cumplido la tarea de difundir la cultura, y respecto a la misma, sólo a personas que no la aman puede ocurrírseles la idea de poner un torniquete en la entrada de nuestra escuela.

Pues bien, las razones esgrimidas por la directiva de la institución fueron, absurdamente, económicas. O los alumnos pagan o el director está de sobra. Después, a destiempo, siempre en lo mediático y evitando el diálogo que maestros y alumnos demandamos, fueron aducidas otras más burdas. Secundarlas da testimonio de la incredulidad de la SOGEM misma respecto a tales razones.

Para juzgar, tuvimos que reunir antecedentes. Hace dos años, también, se despidió al Director en turno y se intentó desprestigiarlo. La directiva nunca dio la cara. En esta ocasión exigimos nos fueran expuestas las razones del despido. Una carta. Espera y nuevos hechos increíbles. La imposición de director y el desconocimiento del Reglamento Interno que toda escuela debe tener porque ¿quién puede aspirar a regular la vida de un plantel sin normas que todos conozcan y se comprometan a respetar? Silencio. Otra carta. Más silencio. Nuestro mundo, el de la SOGEM, es el de la lucha del hombre como lobo del hombre. Sin juicios, sin procedimientos claros, sin investigaciones inconcusas, se apela a la disminución del otro por la fuerza y a base de silencios rumorosos de desprecio. No podíamos permitirlo.

Y entonces, estos acontecimientos nos llevaron al día de hoy.

Hubo un momento de miedos y dudas. Estábamos por arrojarnos al vacío, todos juntos, temerosos de profundidad. Nadie sabía qué cosa esperar de nuestro salto.

¿Era posible, realista, intentar un nuevo proyecto? ¿En verdad se justificaba? ¿Qué pasará con estas aulas?

Creo, como alumno que soy, que estamos obligados a participar de nuestra enseñanza. Tenemos derecho a expresar opiniones, a cuestionar decisiones impuestas, a evaluar a nuestras autoridades y a nuestros maestros. A exigir. En esta escuela es evidente que la opinión de los alumnos no importa. No podíamos continuar pasivamente. No creemos que las calificaciones y el diploma nos transformen en escritores. Hace falta un salto. Una iniciación. De eso trata precisamente la nueva escuela.

Jung nos enseñó algo sobre la sincronía. Los acontecimientos suceden, van engarzándose, nos llevan a presenciar la magia de las acciones.

"El universo conspira a favor de quienes deben encontrarse".

Dejamos una patria autoritaria, amada en otro tiempo. Entendemos que para nacer hay que romper con un mundo. Una parte importante de la Escuela se va. Queda otra. Encuentro las razones de quienes se quedan tan legítimas como las mías. Un Cisma expresa que lo mejor siempre será enemigo de lo bueno. Un Cisma abre las puertas a los anhelos y ambiciones varados en el agua estanca de los prejuicios y el pasado. Un cisma es un proceso de adición.

Quienes se quedan, tendrán que enfrentar graves retos. Subrayo que deberán contar con un reglamento interno que resguarde a la escuela de los conflictos políticos de la dirigencia. Nosotros tendremos que abonar a esa misma causa en un terreno nuevo.

En estos días la iniciación se encuentra en todas partes, cantándola cada esfinge, hemos aceptado responder al reto. Queremos crecer.

Los alumnos crearemos escuela.

Alumnos y maestros, hoy, estamos formando escuela. Aquí reunidos, participamos de nuestro nacimiento colectivo. Nos hemos hecho escritores de nuestro destino.

Estamos asumiendo los poderes que nos son brindados.



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