viernes, enero 22, 2010

Poesía como cura del alma


A del Toro Huerta


¿Existe la creación poética? Ilustro esta pregunta con un recuerdo presente: Hace algún tiempo dije a un amigo que me gustaría creer en Dios. Su existencia me ahorraría muchos problemas. Mi amigo respondió con un gesto lleno de sentido: “A mí para creer me basta con mirar a mi alrededor”.


Gastón Bachelard, filósofo de la ciencia, abordó la creación poética a partir de un análisis fenomenológico, el cual le permitió observar lo primigenio del hecho. En la Poética del espacio (1957) y en la Poética de la Ensoñación (1960) puede el lector, guiado por este maestro, contemplar la poesía como una voz perteneciente a todos y que en su escucha no solo nos transforma: defenderé que puede llegar a curarnos.


En Bachelard encuentro una defensa de la creación poética que comparte la naturaleza existencial de la defensa de mi amigo a la presencia del creador: no hace falta sino vivir el poema en sus repercusiones lingüísticas -y por tanto físicas- para entenderlo como algo más que un artefacto de la vanidad y el ocio o como el simple producto de un recuerdo: tal creación hace eco inmediato en la subjetividad de quien lo lee o lo escucha, de quien al musitar cada una de sus formas y extremidades, se baña en sus palabras transformándose, a la manera de un bautismo.


Gastón Bachelard inicia su análisis rechazando los psicologismos que intentan explicar las imágenes del poeta recurriendo a sus antecedentes. “El poeta no me confiere el pasado de su imagen y, sin embargo, esta arraiga enseguida en mí”. Gran argumento contra los reduccionismos psicológicos pues, aún careciendo de los recuerdos del poeta, puede el escucha atender al poema como a una voz que le habla muy profundamente y le interpela de manera directa. Y aún más allá: al acrecentar la conciencia y el ser del lector, la frase poética nos remitirá a la cuestión de si un alma puede intentar salvarse a sí misma. En un mundo de energías volcadas al crecimiento material ¿qué puede hacer la poesía por el hombre?


La creación poética no es una invención, producto del poeta. Sostener tal afirmación sería no solamente ir contra la tradición, la cual hace de la musa y de la inspiración el verdadero origen del arte, sino desatender al fenómeno mismo: si bien el artista es una escucha privilegiada, no es su voz la que nos habla: se trata de la voz, y su existencia mantiene a la poesía lejos de servir de objeto a interpretaciones estructuralistas, corrientes de pensamiento que niegan la existencia del individuo como agente de cambio, de un espacio para el sujeto, para su “ser” más allá de las ciegas fuerzas sociales y estructurales que comandan sus decisiones.


En la tradición de la poesía tampoco existe un sujeto creador: tenemos a las musas. El poeta es solamente la vía de su expresión. Y el análisis de Bachelard no difiere de la tradición. ¿A quién pertenece la voz escuchada por el poeta? Y aún más ¿Existe entonces el sujeto de una voz propia? Creo que la voz poética tiene como uno de sus resultados más importantes en el sujeto atento, el incremento inmediato de su individualidad.


Bachelard defenderá en la Poética del Espacio que aquello comunicado de un sujeto a otro, son las ensoñaciones de la infancia, y al hablar de ellas debo subrayar un adjetivo: se trata de ensoñaciones de intimidad. ¿Y qué es la intimidad sino el intento de separarnos del colectivo para forjarnos una individualidad distinta de quienes nos rodean?


Toda ensoñación tiene como origen el espacio feliz. Cuando Bachelard se dispone a examinar las imágenes de tal espacio (acercamiento al que propone llamar topofilia) lo hace a partir de cuestionarse cómo las cámaras desaparecidas de nuestra infancia se constituyen en moradas para un pasado inolvidable, espacios a partir de los cuales encontraríamos un principio de integración psicológica: “psicología descriptiva, psicología de las profundidades, psicoanálisis y fenomenología podrían constituir con la casa, ese cuerpo de doctrinas designadas por nosotros bajo el nombre de topoanálisis”. Y recuerda la manera en que C. G. Jung, en sus Ensayos de psicología analítica, pide a su lector considerar esta comparación: "Tenemos que descubrir un edificio y explicarlo: su pico superior ha sido construido en el siglo XIX, la planta baja data del XVI y un examen minucioso de la construcción demuestra que se erigió sobre una torre del siglo II. En los sótanos descubrimos cimientos romanos, y debajo de éstos se encuentra una gruta llena de escombros sobre el suelo de la cual se descubren en la capa superior herramientas de sílex, y en las capas más profundas restos de fauna glaciar. Ésta sería más o menos la estructura de nuestra alma". Si bien la metáfora geológica es una invención de Freud para explicar la psique, esta variación nos remite a nuestra morada infantil, símbolo de los espacios creados y recreados durante la construcción de nuestra alma. Y debido a la fuerza de esta identificación Bachelard afirma: “en los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa. En esas condiciones, si nos preguntaran cuál es su beneficio más precioso, diríamos: la casa alberga el ensueño, protege al soñador, nos permite soñar en paz”. Por tanto la casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre: “Y siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna”.


De acuerdo a Bachelard debemos decir de los espacios de nuestra infancia lo suficiente para ponernos en situación onírica, a partir de lo cual nuestras palabras contengan algunas sonoridades auténticas, voz lejana de nosotros mismos a ser escuchada por quienes la atiendan, al fondo de su propia memoria. Entonces, cuando es un poeta quien habla, el alma del lector resuena, conoce esa resonancia: “tiene sentido decir, en el plano de una filosofía de la literatura y de la poesía, que se "escribe un cuarto", se "lee un cuarto", se "lee una casa". Así, rápidamente, a las primeras palabras, a la primera abertura poética, el lector que "lee un cuarto", suspende la lectura y empieza a pensar en alguna antigua morada”.


La casa natal es más que un cuerpo de vivienda, es un cuerpo de sueño y de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad, sin la cuál nos veríamos expuestos al terror antropo-cósmico, eco del hombre en situaciones primitivas. Si la poesía es ensueño, y éste tiene su bastión en la casa de la infancia, es porque en ella el poeta se ha forjado sujeto, erigido la capacidad de defender su ensueño de las ruedas realidades. “En la casa misma, en la sala familiar, un soñador de refugios sueña en la choza, en el nido, en rincones donde quisiera agazaparse como un animal en su guarida”, refugio en donde el niño conduce su ensueño de intimidad, lugar en el cual puede ser, crearse un individuo distinto al de su familia, de los adultos deseantes de transformarlo en prolongación de sus identidades.


Y es aquí donde la pregunta ¿Puede un alma intentar salvarse a sí misma? cobra sentido pleno: en el marco de un diálogo constante con el psicoanálisis, con el que Bachelard mantiene cierto conflicto cuando el primero intenta reducir la imagen poética a una simple sublimación de deseos inconcientes, la pregunta no es del todo ociosa. Después de todo, la ciencia desarrollada por Freud tiene como misión liberar al alma de sus problemáticas asfixiantes, de los deseos de los otros. Partiendo de la base de un inconciente irreductible, Freud quizá respondería que todo intento del alma para salvarse a sí misma la hundiría aún más.


Aunque no todo mundo necesita un psicoanálisis, método para curar las almas invadidas por deseos ajenos con un pie puesto al cuello de los propios, debe considerarse que la humanidad misma permanece insuficientemente individualizada. Necesitar del reconocimiento-servidumbre ajena para la propia dicha, más allá de la necesaria comunicación y enriquecimiento a partir del intercambio, es el principal síntoma de la enfermedad del colectivo, agravada terriblemente por el empuje materialista y de consumo. Una sociedad de filósofos era el sueño de Platón (y de Sócrates): hombres y mujeres felices que de aquello que se ofrece en los mercados no necesitaran gran cosa. Un mundo de poetas.


La imagen poética escuchada por el poeta y transmitida a sus escuchas atentos, tendría la naturaleza de una revelación: creación primigenia, libre de todo pasado. En su presente inefable no existen deudas por cubrir: se trata de un nuevo comienzo a la manera del super hombre que cobra conciencia de que ningún pasado puede atarle. Y si vivir la poesía es una toma de conciencia, debe existir por fuerza un crecimiento del ser, donde se vislumbra la capacidad humana para alcanzar la cura del alma. Pienso esto al modo en que Nietzsche pensaba la tragedia: en su época, los estudiosos se preguntaban las razones por las cuales sólo entre los griegos la misma tuvo lugar como una institución de concursos y representaciones en las que participaron Esquilo, Sófocles y Eurípides, entre otros. Nietzsche respondió que la tragedia tenía como objetivo que los ciudadanos de la polis afrontaran la única verdad cierta entre los hombres: la muerte. La tragedia posibilitó a los griegos avanzar hacia un conocimiento profundo de la existencia humana. Pero soportar una representación trágica sólo era posible gracias a que los coristas cantaban y atenuaban el sentimiento trágico de la obra. Cuando Eurípides innovó la técnica representativa eliminando el Coro y desarrollando algo más parecido al teatro, condenó a la Tragedia a la extinción.


Pero entre nosotros aún existe la poesía (y el psicoanálisis). Para Gastón Bachelard el poeta puede despertar conciencia con imágenes. Una ensoñación no se cuenta, se escribe, se lee, se repite y resuena en nosotros, nos comunica. El amor sería en consecuencia el contacto de dos poesías, dos ensoñaciones: existe el amor escrito. Y es aquí donde encontramos en Bachelard la consideración más importante, la que nos hace afirmar la cura a través de la poesía: la imaginación intenta un futuro, factor de imprudencia que nos aleja “de las pesadas estabilidades”. Hipótesis de vidas que amplían la nuestra poniéndonos en confianza dentro del universo pues, en un mundo que nace de él, el hombre puede llegar a ser libre (ya lo había enunciado Giovanni Pico de la Mirándola).


Es la poesía la llamada a llenar el lugar de la tragedia y a encararla, lo cual brindará al hombre el entendimiento de nuestra condición: todo hombre es un nosotros y las vivencias de los poetas, al repercutir el alma y transformarla, iluminan el camino que otros han recorrido para concebir entre la vida y la muerte, la vivencia del disfrute y regocijo de la existencia. La visión del placer y del dolor, del sacrificio pagado por ser y la reconciliación con la muerte. Y aún más allá: si tal como señala Bachelard, la imaginación poética es el factor de imprudencia que nos aleja de las pesadas estabilidades y produce hipótesis de vidas que amplían la nuestra poniéndonos en confianza con el universo, la poesía elevada a categoría de enseñanza colectiva es el medio para lograr al super hombre, no aquel pensado por Nietzsche desprendido de todo y de todos, sino uno que escuche la voz y comprenda su sentido al comunicarse con las cosas del mundo. Esa voz cuyo origen se nos escapa, pero que ha estado hablando y fijando la justicia de los lugares distintos desde que el mundo es mundo, lugares donde las almas pueden desarrollarse y hacerse libres. Un reencantamiento de los hechos más allá del bienestar material brindado por la ciencia. Tierra de hiperbóreos surrealistas, donde se haya alcanzado el equilibrio y el gozo de la poesía, “ese No Yo mío que me permite ser feliz, liberado de la función de lo real”.


(Este ensayo lo elaboré para la estupenda clase de Maricruz Patiño, poeta).


Mi poética


Para alguien que se acerca a la poesía como a una experiencia nueva y recién descubierta, es conveniente saber que deberá abordarla a la manera de quien vislumbra un momento de su pasado. Se trata de un educarse en volver a los caminos explorados en lo más antiguo de la niñez, cuando el asombro frente a un mundo mágico nos enfrentaba una y otra vez y nos hacía conmovernos en risa y llanto. La poesía es una condición necesaria para el asombro y el asombro mismo: se trata de un profundo cuestionamiento a lo aprendido para estar en condiciones de vislumbrar conexiones nuevas entre los objetos del mundo.


Los seres humanos contamos con un acceso privilegiado a tales objetos y cadenas de objetos a través del lenguaje. Respecto a este tesoro de significados y significantes intuidos de una y mil maneras, la humanidad ha construido y disertado conocimiento acumulado a partir de la lógica, retórica y gramática, semiótica o a la lingüística. Pero el lenguaje no es el mundo: el mundo queda más allá de toda representación.


La poesía no es el lenguaje sino algo anterior a él: es una manera de experimentarlo relacionándolo con las experiencias fundamentales de la vida, anteriores a las palabras. Si el lenguaje tiene en parte la misión de delimitar, nombrar y al enunciar subrayar y dividir, la poesía buscaría más bien lo contrario: encadenar y mostrar relaciones nuevas entre seres y objetos hace tiempo olvidadas por el efecto del significado. La poesía sería en consecuencia una rebeldía respecto a la lengua y por tanto frente al mundo por dicha lengua ordenado, pero al mismo tiempo, su coronación: es lo que haría del lenguaje y del mundo la experiencia más humana posible, construcción que nombra y derriba, que nos devuelve al asombro, a lo innombrado e inefable, a la verdad que se esconde tras la división del mundo en objetos, seres e individuos, a la magia de lo unido, del mar, del sexo, de la muerte, de lo uno. Experiencia que une muerte y vida.


Si bien la poesía queda al alcance de todos, un mundo jerarquizado y ordenado que borra el asombro limita el goce a quienes no han olvidado que fueron tocados por la poesía alguna vez. En consecuencia, todo escritor debe transmitir mediante su obra que la poesía se encuentra en todos los hombres y que cada ser humano es un artista en potencia. Para ello manifiesto lo siguiente:

He decidido escribir con ojos de profeta acechado al mundo: mi enunciado poético se encuentra inmerso en la mirada que devuelvo, en las imágenes que comparto y en las frases que intuyo y nombro: Cada una de nuestras vidas es una obra de arte.



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